domingo, 1 de mayo de 2011

HISTORIA DE UN MÉDICO, UNA CONTADORA Y UN GOMERO

Sentada en la Plaza Houssay, frenta un gomero enorme, mientras leo una novela, se me ocurrió una historia interesante:
Él, estudiante de Medicina. Puro dar al prójimo, su misión en la vida es salvar a las personas que sufren alguna enfermedad. Un alma caritativa que siempre quiso estar al servicio de la gente.
Ella, estudiante de Ciencias Económicas. Fría como una noche de invierno y calculadora como nadie. Lo único en su vida era triunfar, ser rica. Su misión en la vida era ganar millones sin importar a quien pisar y a quien ganarle en el camino.
Una tarde de otoño, inusual por el calor que hacía, ambos salieron de la facultad a la misma hora. Tenían que comer y, por obra del destino o la casualidad, ambos eligieron sentarse a la sombra del gomero que estaba en la plaza Houssay. Cada uno miraba su respectiva facultad, pensando en lo glorioso que sería recibirse e imaginando sus futuros.
Él la miró de reojo, vio que era de la Facultad de Ciencias Económicas y la despreció con la mirada al notar que estaba tan llena de accesorios y tonterías como una navaja suiza. Ella también lo miró y lo despreció de la misma forma, parecía un pobre tonto de la Facultad de Medicina. Se notaba a gritos su humildad y le pareció poca cosa.
Por alguna razón ambos volvieron al mismo lugar la semana siguiente, un miércoles. Cada uno sentado a la sombra del gomero mirando a sus facultades y de reojo se miraban con desprecio y un poco de curiosidad.
Al miércoles siguiente, a ella se le escapó el pañuelo que adornaba su cuello,por travesura del viento, y él lo atrapó. Ambos se pararon y a la mitad del árbol, él le entregó el pañuelo y ella le dijo un callado “Gracias”. Volvieron a sus lugares, pero ella no pudo evitar preguntarle “¿Por qué mirás con tanta admiración a ese edificio viejo?”. Él se rió y le preguntó lo mismo, lo que hizo que ella no pudiera contestarle, dándole de cierta forma la razón a él de lo tonta que había sido la pregunta.
A la semana siguiente, cuando nadie esperaba nada, ella habló: “Estuve pensando, miro el edificio por lo que representa, por lo que me da. Gracias a este edificio un día voy a ser grande”.
“Es loco que lo digas” contestó él, “pienso igual, no creí que tuviéramos algo en común”. Ella sonrió “yo tampoco”, dijo ella sin decir nada más.
A la semana siguiente se acortaron las distancias, se sentaron más cerca y hasta se convidaron el almuerzo. Discutían sus razones, no entendían el punto de vista del otro, pero por alguna razón seguían yendo los miércoles a la una en punto bajo la sombra del gomero.
Discutiendo, discutiendo, un día él le dijo que mirara a la Facultad de Medicina y que él miraría a la de ella. Nada sintieron al ver los edificios, pero si sintieron mucho al darse vuelta al mismo tiempo y mirarse a los ojos.
“Mis hijos” Dijo ella. “¿Qué?” dijo él confundido. “Mis hijos son la razón de mi codicia. Siendo pobre ¿Qué futuro podría darles?”.
Él sonrió ante aquella confesión y le dijo “No sé, pero te aseguro que no les va a faltar un doctor” y la besó. Se besaron bajo el gomero que los había presentado.
Allí comenzó una historia de amor más. ¡Qué importa el final! Lo más lindo de las historias de amor son los comienzos…

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