domingo, 13 de septiembre de 2015

Juramos por Amor: Capítulo 4

Alma volvía a su casa, se sentía mal por no haber saludado a Federico, pero es que no había podido quizás por vergüenza o quizás por miedo, miedo a la confusión. Pero ya estaba bien y debía ir a disfrutar de un almuerzo con su querida abuela que hacía tanto que no veía. La abuela de Alma vivía en Mar del Plata y sólo la veía en enero cuando iba a visitarla y en agosto cuando ella los venía a visitar a ellos. Alma era muy apegada a su abuela. Ella era la única que le había quedado pues sus dos abuelos paternos murieron antes de que ella naciera, su abuela de diabetes y su abuelo de amor cuando se murió su mujer. Alma y Agustín fueron los únicos que no los conocieron y por eso eran los más apegados a Noelia, la abuela materna. Con respecto al abuelo materno, él ni siquiera existía, por lo menos no para ninguno de la familia pues antes de que la mamá de Alma naciera él murió en un accidente en un barco y jamás se encontró el cuerpo.
Alma estaba ansiosa por verla, tenía muchas cosas para contarle. Era una bella mañana de sábado y estaba lindo para ir a la plaza a tomar sol y a charlar, ese sería el plan perfecto, pero antes de que terminara de soñar con ese gran día recordó que el lunes el profesor de historia iba a tomar lección de lo que habían visto el viernes y ella sería la mejor en esa materia sólo para demostrarle a aquel malvado hombre que ella no era ninguna ignorante.
El encuentro entre Alma y su abuela fue muy hermoso, se abrazaron, a Noelia se le caían las lágrimas de ver a su nieta tan grande, Alma se reía de lo que su abuela le decía. Después del emotivo encuentro, el almuerzo comenzó. Fue un momento de muchas risas. Al ser una familia tan grande y que pocas veces estaban todos reunidos para almorzar, todos hablaban a la vez. Algunos discutían otros escuchaban las historias de la abuela y otros charlaban entre ellos. Carlos y las Mellizas luchaban con sus papás para poder ir a bailar esa noche, el problema no era ir a bailar sino que querían que Roberto les prestara el auto y de ninguna manera lo permitiría pues cuidaba su Ford Falcon como oro; Agustín y Alma escuchaban atentamente a su abuela que les contaba de sus vacaciones cuando era chica. Alma quería saber todo lo que pudiera de ella, todo. Sus vacaciones, sus romances, sus anécdotas de cuando era pequeña, de cuando su madre era pequeña, pero de lo que más quería saber era sobre su abuelo. No había tenido la oportunidad de conocerlo, pero lo adoraba con pasión pues su abuela le contaba historias de él y de aquel trágico día en el barco y a ella le daba mucha pena de no haberlo conocido pues de haberlo hecho estaba segura de que se llevarían muy bien. Así como su abuela era su heroína, su abuelo, a pesar de jamás haberlo visto, era su mayor héroe.
- Abuela, contame una vez más aquel viaje en barco que hicieron con el abuelo- Le dijo Alma unas horas después cuando estaban en la plaza sentada en un banco dándole de comer a las palomas.
- Claro, desde chiquita te gusta esa historia y creo que con el tiempo te gusta todavía más- Le dijo cariñosamente dándole un golpecito en la nariz con el dedo.
- Si, me gusta saber como el abuelo salvó tu vida.- Alma se acomodó en el banco para escucharla mejor.
- Bueno, todo comenzó cuando tu abuelo y yo nos habíamos casado y de luna de miel decidimos irnos a un crucero. Él era un hombre muy importante y había conseguido ese crucero maravilloso hasta Brasil y de vuelta hacia aquí. Fue la velada más maravillosa de toda mi vida. Tu abuelo era un hombre culto y yo bastante ignorante, pero aprendí mucho de él y él aprendió de mí otras tantas cosas. Nunca había vivido algo así en un barco. Comer en un lujoso salón, pasar horas a la luz de la luna conversando y mirando el mar, era todo mágico, pero antes de llegar a Brasil una fuerte tormenta se levantó. Nosotros estábamos en la cubierta, o sea la parte de arriba del barco y vimos como las olas crecían y crecían más. El capitán nos gritó que entráramos por que la tormenta sería muy brava, pero antes de lograr entrar una gran ola me arrastro y tu abuelo no dudó ni un instante en correr a ayudarme. Él era un gran nadador, pero esa vez no le ayudó mucho. Yo estaba agarrada de la baranda del barco, él sabía que si hacía lo que tenía pensado hacer terminaría él dentro del agua, pero no lo pensó dos veces por más que yo le gritaba “si te morís vos yo me muero”, “por favor tu vida tiene mucho más valor de lo que tiene la mía” “no me hagas esto”, pero él no me escuchaba, recuerdo como si lo estuviera viendo esa imagen ahora, que las últimas palabras que me dijo fueron “el darte la oportunidad de vivir es el mejor regalo de bodas que me puedo hacer, si me querés dar uno vos sé feliz y así yo también voy a serlo desde donde esté”, en ese momento me empujó dentro del barco y él cayó al mar. La tormenta estaba demasiado brava como para que algún marinero pudiera salvarlo. Esa noche nuestro barco volcó, pero gracias a Dios y a tu abuelo fui una de las sobrevivientes.
- Mil veces escuché esa historia y me sigue asombrando la valentía y la entrega del abuelo, era un hombre increíble, ojalá yo consiga uno igual.- Decía Alma muy exaltada. Su abuelo era uno de sus mayores héroes y aunque no lo había conocido, creía que sabía de él más que incluso su mamá.
- Estoy segura de que lo encontrarás.
Alma se divertía mucho cuando estaba con su abuela, pero ya debían irse a la casa pues ella debía estudiar esa horrorosa Historia para ese horroroso profesor. Comparado con su abuelo, ese profesor era nada, si estuviera vivo Alma se lo hubiera presentado para que se diera cuenta de lo que es un verdadero hombre.
- Abuelita, tengo que irme a casa- Dijo Alma muy triste.
- ¿Ya? ¿Por qué tan pronto?- La abuela quedo extrañada pues a Alma lo único que la sacaba de la plaza era la oscura noche.
- Lo que pasa es que debo estudiar Historia y como el profesor es un soberbio mal educado quiero ser la mejor para que se dé cuenta que no soy ninguna ignorante- Dijo Alma muy enojada, la abuela se río de ella tiernamente- ¿De qué te reís abuela?
- Me hacés acordar a mí. Cuando conocí a tu abuelo él también era así, bueno siguió siempre siendo así. Tenía un carácter atroz y se creía superior a todos, pero yo no aguantaba  que me tratara así y me le plantaba y le decía sus verdades. Yo era la única que podía manejar ese carácter podrido que tenía, pero el amor entre nosotros era más fuerte por que superó todas las discusiones y peleas que tuvimos.
- Pero el abuelo era bueno, sensible y dulce en el interior, este profesor es más agrio que una botella de vinagre.
- Bueno, entonces vayamos a casa para demostrarle a ese horrible hombre que mi nietita es mejor que él- Dijo riendo Noelia.
Llegaron a casa y Carlos y las mellizas todavía discutían el asunto del auto, parecía que aún tenía para rato. Alma quería quedarse a ver que pasaba, pero debía estudiar Historia. Se sentía tan frustrada, pero debía hacerlo pues su orgullo estaba en juego.
El tema era las invasiones de España y Portugal a Centroamérica y Sudamérica. En realidad no era mucho lo que debía estudiar, pero a ella no le alcanzaba sólo con lo que el profesor les había dado para estudiar, entonces decidió buscar más información para extender la lección y cuando el profesor preguntara si alguien quería pasar ella levantaría la mano con orgullo.
Estuvo toda la tarde buscando, resumiendo y creando lo que el domingo estudiaría. Eran ya las diez de la noche y debía bajar a cenar y a ver que había pasado con el auto de su papá y la salida de sus hermanos.
Cuando bajo y vio que sus hermanos no estaban y que su papá no tenia muy buena cara, supo que sus hermanos habían ganado. El rostro de Roberto mostraba una gran preocupación y Alma se reía en sus adentros pensando si se sentía preocupado por sus hijos o por su auto.
- ¿Ya terminaste de estudiar hermosa?- Le dijo Noelia a su nieta. Se sentía muy orgullosa de que Alma estudiara tanto.
- No abuelita, recién termine de hace la síntesis, mañana tengo que estudiar todo, pero ya algo me quedó por suerte.- Alma parecía exhausta.
- ¿pero tanto les dio en una sola semana de clases?- Dijo María mientras revolvía la comida.
- No mami en un solo día, pero no es sólo lo que nos dio, es también lo que extendí yo.- Dijo Alma sentándose a la mesa y respirando profundo.
- ¿Qué? ¿También les hizo expandirlo?- Dijo Roberto olvidándose por un momento de su indefinida preocupación.
- No pá, eso lo hice yo sola por que quería.- Dijo Alma muy orgullosa. Sus papás se miraron entre si y movieron la cabeza como diciendo que no había remedio con esa chica. En cambio su abuela le guiñó un ojo y le levantó el dedo pulgar en señal de aprobación.
Eso sólo le bastaba a Alma para seguir adelante con eso. Estaba por empezar a comer cuando vio a su único hermano menor solo y triste en la mesa. No sabía lo que le sucedía, entonces Alma se animó a preguntarle pues amaba hacer el rol de hermana mayor.
- Agus, ¿Qué te pasa que estás tan triste?- Preguntó con compasión y dulzura.
- Nada...- Dijo y suspiró con cara de resignación.
- Mmm... No te creo, yo te veo muy triste- insistió Alma- Podés confiar en mi, yo siempre voy a estar para ayudarte.
- Bueno, lo que pasa es que me gusta una compañerita de colegio y no sé que hacer para que sea mi novia- Dijo muy inocentemente. Alma comenzó a pensar en Eduardo y se dio cuenta de que ella no era la persona indicada para hablar justo de ese tema, pero recordó lo que ella hizo y se lo aconsejó.
- Bueno, mirá, lo que podés hacer es acercarte a ella como amiguitos y  de a poco ir conquistándola, ¿Qué te parece?- Dijo esperanzada de que su consejo ayudara a su pequeño hermano.
- Es una buena idea, lo voy a intentar. Gracias- El dulce niño abrazó a su hermana mayor y le dio un beso en la mejilla. A Alma le dio mucha ternura y se lo devolvió. Una de las cosas por las cuales le daba ganas crecer era justamente los chicos. Quería ser madre y poder aconsejar a sus hijos así, como lo había hecho con Agustín.
Al otro día, cuando Alma bajó a desayunar, era una hermosa mañana de domingo, pero debía estudiar Historia. Eso la fastidiaba un poco, pero faltaba poco para demostrar lo que había hecho. Sus hermanos llegaron sanos y salvos, al igual que el auto de su papá y los cuatro descansaban tranquilamente.
Ella se sentó al lado de su abuela, se había preparado un rico café con leche y se había hecho dos tostadas, una con dulce de leche y otra con manteca.
Charlaron hasta que el desayuno de Alma se terminó y subió a su cuarto a ordenarlo. Odiaba el desorden como nadie. Si encontraba algo fuera de lugar lo ordenaba en el acto, pero lo bueno de ella era que no era como algunas personas que encuentran algo fuera de lugar y se ponen a gritar histéricamente sino que ella lo ordenaba y punto pues entendía que no todas las personas eran ordenadas y lo respetaba.
Cuando estaba terminando de hacer su cama, llamaron por teléfono y era Rocío. Quería hablar con Alma sobre lo que había pasado en su casa el Sábado a la mañana, pero no se lo dijo por que sino ella no hubiera aceptado, entonces le dijo que quería salir un rato a pasear con ella. Alma estaba encantada con la idea, pero debía estudiar Historia. Le encantaba esta materia, pero gracias al profesor y al esfuerzo que estaba haciendo la estaba empezando a odiar. Le tuvo que decir a Rocío que no y le contó lo que estaba haciendo. Rocío se rió con ganas.
- No puedo creer lo que estás haciendo- Dijo Rocío todavía riéndose. Ese comentario despertó el interés de Federico que estaba leyendo un libro en el living y escucho lo que su prima estaba hablando con su mejor amiga, debía saber todo lo que pudiera de Alma, era como una necesidad que no sabía como satisfacer sin caer en la obviedad.
- ¿por qué? Yo no voy a dejar que ese viejo nos trate como nos trató- Dijo Alma todavía enojada por las palabras de aquel bribón.
- Pero no es malo, a mi me hacía reír cuando se hacía el yo soy mejor que ustedes, dale tiempo y ya vas a ver que te va a terminar cayendo bien.- Dijo Rocío, mirando que su primo miraba con atención y de repente volvía a su libro. Federico no entendía nada, solo que hablaban de un chico por que usaban adjetivos y sustantivos masculinos, pero de quién estarían hablando. Por el último comentario de su prima llego a pensar que era él <>, ¿sería que a Alma no le había caído bien por el tema del beso? ¿Sería que había hecho algo mal sin darse cuenta que a ella no le gusto? O quizás era tan mala como para inventar algo de él para que Rocío se enoje con él, todo era una posibilidad pues ya nada le extrañaba de una mujer. No quiso escuchar más y se fue a su cuarto.
- Nunca, es un ser de lo más despreciable. No puede tratar a los alumnos así- dijo Alma cada vez más enojada.
- Lo que pasa es que te lo tomás muy en serio. Si no le dieras bolilla no te molestaría y de seguro sacarías buenas notas igual, por que quien sabe como va a reaccionar si llegas a ir mañana con más información de la que él dio.- Dijo Rocío un poco preocupada, pero más que preocupada ella quería preocupar a Alma para que parara con toda esa locura.
- No me importa por que le quiero demostrar que doy más de lo que él cree- Dijo Alma muy orgullosa.
- Está bien, pero aunque sea no querés ayudarme a estudiar Historia por que hay cosas que no me quedan claras- Dijo Rocío como una excusa, tenía que saber a toda costa que pasaba con su primo y no podía esperar hasta el otro día.
- Bueno, dale, pero primero esperá que me aprenda lo que no hay que estudiar así estudiamos juntas lo otro, ¿te parece a las cuatro?
- A las cuatro me parece bárbaro, te espero.- Dijo Rocío muy entusiasmada. Federico escuchó esta última parte y no pudo evitar preguntar, pero con una actitud de poca importancia.
- ¿A quién esperás a las cuatro?- Dijo Federico sabiendo que era Alma, pero debía saber algo más sobre el tema.
- A Alma que viene a estudiar Historia conmigo por que hay cosas que no entiendo.- Dijo Rocío acomodando algunas cosas- Debo ir a ordenar mi cuarto para que cuando venga Alma esté todo ordenado, ella odia el desorden.
Bingo, algo logró saber de ella, odia el desorden. En eso eran muy opuestos, a él le importaba un comino el orden y odiaba que la gente tratara de ordenar sus cosas, por que él tenía su orden dentro del desorden. También sabía que vendría a las cuatro, él tenía una pregunta que hacerle, todavía no entendía por qué Alma se había ido así y por qué por teléfono había dicho que era malo. Él ya daba por sentado que era de él de quien hablaban.
Alma termino de ordenar su cuarto e inmediatamente sacó los apuntes que había hecho el día anterior y empezó a estudiarlos. Se encontró sorprendida al darse cuenta de que aún recordaba lo que había resumido el día anterior por lo que le costó menos estudiar esa parte y terminó antes de lo que había esperado. Un vez que estuvo segura de recordar todo lo que el profesor no había enseñado y de entenderlo a la perfección, repasó una cuatas veces lo que él si había explicado y en lo que la tenía que ayudar a Rocío.
Ya eran las tres y media cuando terminó de vestirse, peinarse y arreglarse. No era una chica de mucho maquillaje, en realidad sólo lo usaba en ocasiones especiales pues le gustaba su aspecto normal, así que se limitó a ponerse unos aros que combinaban, atarse el pelo en una cola de caballo alta y marcharse a lo de Rocío.
En el trayecto se sentía muy inquieta. Aunque no quería admitirlo sabía exactamente por qué era, mejor dicho por quién. No sabía como iba a mirar a los ojos al temible, inquietante y frío primo de Rocío, aunque ella sabía que era tierno, dulce y cálido. Algo en su corazón había cambiado desde que había conocido a ese chico, pero no sabía qué. El día que lo conoció no le había parecido la gran cosa, pero a medida que sabía más de él, que sabía lo dulce que escribía, lo bonito que besaba, lo apasionado que era en la escritura, en lo que en realidad amaba, se fue dando cuenta de que era un diamante en bruto que por alguna razón se escondía tras una pared de hielo, la cual ella había podido traspasar y comprobar lo que había detrás de ella. Pero quería saber más, no por nada en especial, sólo por curiosidad, quería ser su amiga.
Cuando despertó de sus pensamientos se dio cuenta de que se había pasado la casa de Rocío una cuadra, así que tuvo que retroceder. Tocó el timbre y sonrió amablemente con toda sus sonrisa mostrando sus tiernos brackets y quien abrió la puerta con una mirada rígida y fría hizo borrar la hermosa sonrisa. Era él, era Federico. Alma se sentía un poco avergonzada por que la última vez no lo había saludado al irse, esta vez no iba poder evitar saludarlo.
- Ho... Hola ¿Cómo estás?- Dijo Alma levantando la mirada bajo su flequillo recto y aniñado.
- Bien ¿y vos?- Dijo Federico con tanta frialdad que a Alma le dolió.
- Bien, gracias. Yo... yo te quería pedir disculpas por no haberte saludado ayer a la mañana.- Dijo bajando la mirada, muy avergonzada. De verdad lo sentía. A Federico se le hizo un nudo en el medio del pecho, tenía ganas de abrazarla muy fuerte y reírse de lo dulce y  tierna que era, pero en vez de eso sólo dijo:
- No me importa, tampoco dejé de dormir por que vos no me saludaste- Fue un poco grosero y a Alma no le gustó.
- No me trates así, yo te estaba pidiendo disculpas y vos me contestás así tan groseramente. Yo quería hacer las paces, pero se ve que con alguien como vos, un completo maleducado eso no se puede.- Dijo muy enojada, su mirada era muy distinta a la de hacía un momento, era más fogosa, más desafiantes y eso hizo que a Federico le gustara más, quizás se le había ido la mano, pero ella había sido la que se levantó corriendo la noche del viernes y la que lo había difamado por teléfono con su prima- Y por favor dejame pasar que Rocío me espera.
Federico se corrió de la puerta y vio como Alma pasaba con la cabeza en alto por al lado suyo y pudo sentir su perfume y por poco se derrite ahí mismo aunque por suerte esa sensación no lo dejó en evidencia con Alma pues estaba tan ofendida que subió rápidamente las escaleras y entró en el cuarto de Rocío.
Alma entró refunfuñando y Rocío la miraba con una carcajada en los labios.
- ¿Qué te pasa?- Le dijo riéndose.
- El maleducado de tu primo me pasa- Dijo Alma todavía ofendida.
- Ah, yo sabía que algo te pasaba con mi primo- Dijo Rocío jugando con lo que ella había dicho, pero lo que vio en Alma no fue una contestación grosera ni nada por el estilo, sino que fue un silencio y una mueca de confusión en el rostro de Alma que rápidamente miró hacia fuera y de nuevo hacia Rocío.
- ¿Será?- Dijo Alma pensando en lo que le había dicho Rocío que aunque sabía que era una broma, esa incertidumbre no la dejaba en paz.
- ¿Te pasa algo con mi primo?- Dijo Rocío sorprendida, pero contenta. Ella sólo quería que se llevaran bien, que fueran amigos, pero si se podía más mejor.
- NO, va, no sé. Ay estoy muy confundida Rochi- Dijo Alma mientras dejaba la mochila arriba de la silla y se sentaba en la cama de su mejor amiga y confidente.- No entiendo lo que mi cabeza piensa por que mi corazón siempre fue y será de Eduardo, vos lo sabés mejor que nadie. El viernes después de un año de lucha logré algo con él y de repente, puff aparece tu primo y tu genial idea- Dijo sarcásticamente- de que lo besara.
- Si Alma, todo lo que quieras, pero si cuando te besó mi primo sentiste algo no fue por mi genial idea de que lo besaras sino que fue por que ya sentías algo de antes- Dijo Rocío con una mirada como buscando la verdad y, a la vez, tratando de defenderse.
- No sé, no sé nada. Lo único que sé es que no quiero sentir eso por tu primo por que no me cae bien- Y se quedó en silencio y de repente sonrió- Por un lado.
- Ahí esta, ¡Ves!, yo sabía. Es esa risita tonta de “Ahí pasó Eduardo”- Dijo Rocío apuntándola con el dedo índice.
- No, no mentira. Esa risita es sólo de Eduardo.- Dijo Alma sacando la sonrisa y tratando de sacar esa idea de la cabeza.
- Pero no es Eduardo acá la cuestión sino la risita boba, algo te pasa con mi primo.- Dijo Rocío muy satisfecha y cruzándose de brazos.
- Bueno, pero lo importantes ahora que ya sabemos que supuestamente algo me pasa con el témpano ese- Dijo Alma todavía sin convencerse de que le pasaban cosas con él- es quitármelo de la cabeza para que Eduardo tenga una vez más todo el espacio libre y podamos ser felices los dos juntos. Antes de hacer y de pensar en todas esas pavadas, mejor estudiemos Historia que la lección es mañana y hay mucho que estudiar.
Las chicas empezaron a leer los apuntes y Alma le explicó con paciencia y de manera fácil todo lo que había sucedido en aquella época que estudiaban. En realidad, Rocío había invitado a Alma a su casa para preguntarle acerca de lo que había pasado con su primo, pero como eso ya había quedado resuelto no le quedó otra que empezar a estudiar. A Rocío no le costaba, pero después de la explicación de Alma le quedaron las cosas mucho más claras.
Federico estaba en la habitación conjunta y mientras escribía escuchaba como Alma le explicaba a su prima y se le iluminaba el corazón. Era una chica muy inteligente y se veía que amaba la historia. Se sentía mal de haberla tratado mal cuando le abrió la puerta y necesitaba pedirle disculpas, pero no podía, ella era la que había empezado. Entonces decidió ir a buscar algo para comer.
En el mismo instante en el que Federico estaba por bajar a la cocina, Alma salió en busca del baño, se tropezó con él y se cayó al piso.
- Perdón- Dijo él y la ayudó a levantarse. Ese perdón era por todo lo que había hecho, pero no pensaba explicárselo. Tocar su suave, delicada y pequeña mano le dejó una sensación en la suya, y lo mismo le pasó a Alma a tocar la de él.
- No importa, estoy bien. Gracias- Dijo Alma sonriendo. En esos momentos no le disgustaba Federico por que era dulce y caballero.
- No, ¿por qué?  ¿Por ayudarte a levantarte?- Dijo devolviéndole la sonrisa. Alma no podía creer lo que sus ojos veían.
- No sólo por eso- Le dijo Alma bajando la mirada- Por lo del viernes también, me sentí muy mal por no haberte agradecido el sacrificio que hiciste sin conocerme.
- Bueno, tampoco fue un sacrificio- Dijo sin darse cuenta y Alma lo miró sorprendida. Sin querer, se había puesto en evidencia e instintivamente cambió de tema- Que bien explicás Historia, se ve que te gusta.
- Si, mucho, gracias- Dijo devuelta. Se empezaba a dar cuenta de que no era tan malo.
- Deberías dedicarte a eso- Dijo tratando de extender la conversación que parecía que llegaría a su fin en cualquier momento y él no quería, quería seguir sabiendo de ella, quería saberlo todo.
- En realidad quiero dedicarme a ser profesora, pero todavía no me decido de qué. Historia es una de las más posibles- Dijo sonriendo y él triunfal de haber dado en la tecla y de saber un poco más de ella.
- Bueno, entonces ya sabés que por lo menos una persona piensa que tenés futuro con ella- Dijo Federico, le gustaba halagarla aunque quedara en evidencia, quería ser su amigo aunque sea.
- Gracias, lo voy a tener en cuenta- Sonrío- Si me disculpás, tengo que ir al baño.
- Si, entiendo- Dijo embobado sin darse cuenta de que le obstruía el camino y despertó de repente y la dejó pasar. Otra vez volvió a sentir su perfume, pero esta vez en vez de pasar furiosa pasó contenta y eso le gustó más, se la veía angelical, dulce, frágil. Despertó de repente una vez más y bajó a la cocina.

Rocío había visto la escena desde que escuchó que alguien se había caído. Notó que había química entre ellos, sólo faltaba un pequeño empujoncito, pero deberían hacerlo ellos, sino todo podría arruinarse.

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