sábado, 30 de octubre de 2010

EL AMOR, LA DECISIÓN Y EL COSTO DE OPORTUNIDAD

El día tiene veinticuatro horas, cada hora sesenta minutos y cada minuto sesenta segundos. Cuando miramos el reloj, vemos los segundos correr uno tras otro como arena entre las manos y nos parece algo tan insignificante, tan poca cosa que jamás tomamos en cuenta la importancia de un segundo.
En un segundo te pueden dar o podemos dar un beso, podés emitir el primer sonido de una pregunta o una confesión sin poder volver atrás, podes perder la vida dejando cosas pendientes, sale un avión o un tren sin poder mirar atrás.
Cuando estamos frente a una decisión, cada segundo es eterno y necesario. No es fácil decidir que es lo correcto en cada situación sin apelar a los sentimientos y sin pensar en qué sucedería si elijo la otra opción. Ese mundo paralelo que se sacrifica es lo que en Economía se llama Costo de oportunidad (los recursos que sacrifico para obtener otros que me pueden satisfacer más o igual). Siempre aplicamos el costo de oportunidad sin darnos cuenta, más que nada en los asuntos del corazón. Olvidarse de todo y decidir con los sentimientos no es nada fácil, los miedos, las incertidumbres y a veces el “qué dirán” complican la visión de la decisión correcta.
El tema de decidir y de tener en cuenta cada segundo también es importante por que los segundos se van, una vez que el segundo pasó no vuelve jamás y lo que podrías haber hecho en ese segundo quedó solamente en tu pensamiento por que en ese segundo, en ese exacto y conciso momento jamás podrá suceder. A veces no nos damos cuenta de las oportunidades que perdemos hasta que el momento pasa y deseamos con todo fervor que la situación se repita, pero jamás se podrá repetir de la misma manera.
El pasado es pasado y cada segundo que corre se vuelve parte de él. Lo mismo sucede con los momentos, pasan uno tras otro sonriéndote y diciéndote adiós. No pueden quedarse por que viven corriendo, está en uno viajar con ellos o dejarlos pasar, diciéndoles de la misma manera “hasta nunca”.
Tomar una decisión, es la decisión más difícil de tomar. Es poner en la mesa dos cuestiones: Lo hago o no lo hago. Tan dicotómico y simple con eso y tan complicado de resolver. Si lo hago pueden ocurrir todas estas cosas, si no lo hago pueden ocurrir todas estas, pero además hay que agregar que al decidir no lo hago, siempre queda flotando la simple pregunta: ¿Qué hubiera pasado si elegía la otra? ¿Hubiera sido más feliz? Y ya no se puede saber.
Una vez me pasó que después de mucho años de haberme enamorado de un chico que no me correspondió, le pregunté si él en algún momento de todo el tiempo que pasé enamorada de él, sintió algo por mi y para mi sorpresa me dijo que si, pero como en ese momento yo no le hablaba (por enojos múltiples) no me dijo nada. Es el día de hoy que agradezco que no me hubiera dicho nada, pero, a la vez, nunca le perdoné ese gesto de egoísmo, por que después de eso siempre me quedó la incertidumbre por saber qué hubiera pasado, incertidumbre que nunca podré resolver por que aunque viniera hoy a decirme hermosas palabras de amor, nada sería igual. Él no es el mismo que me enamoró, yo no soy la misma ni mis gustos lo son, el mundo en que vivimos no es el mismo, nuestras vidas ya no son las mismas. Así que esa pequeña duda, esa pequeña espina quedará quizás por siempre en mi corazón latente, pero sin resolverse nunca.
Peor es cuando debemos decidir sobre cómo acercarnos a alguien. Esa decisión es crucial. Dar el primer paso nunca es fácil, no lo es cuando somos bebés y sigue sin serlo a la hora de enfrentar a quien nos gusta. Un “Hola” puede ser tan difícil como desarmar una bomba nuclear o saltar de un edificio de veinticuatro pisos asegurando que terminaremos con vida.
A la hora de decir Hola, lo único necesario para tomar valor es hacerse la siguiente pregunta: Si no le hablo ¿Tiene algún sentido seguir sintiendo esto? ¿Qué gano si no le hablo? Absolutamente nada. Esto nos hará sacar fuerzas de adentro de nuestro corazón para que nos ayude a tomar el impulso e ir a hablarle.
Hoy en día me encuentro con esta dualidad del costo de oportunidad: si me animo puede pasar que trasciendan mis sentimientos y logre algo con él, pero también puede pasar que lo tome a mal y no me preste más atención. Si no me animo puedo mantener su amistad, pero me quedaré con la duda de si hubiera pasado algo, además de la dichosa espina del “¿Qué hubiera pasado si me animaba? Me siento un poco hipócrita dando consejo sin poder solucionar mis problemas, pero con esto demuestro que la sabiduría está conmigo, el problema más que la sabiduría, es el amor. El amor puede volver vulnerable hasta a la roca más fuerte. Puede hacer dudar a la persona más segura del mundo y en mi caso puede hacerme pensar en miles de posibilidades sin poder decir con certeza cual es la más probable y la correcta. No se que hacer realmente. Miles de indicios me demuestran que puede corresponder mis sentimientos y miles de otros indicios me dicen que no. La ilusión, además es un juego peligroso. Te aborda sin darte cuenta y cambia tu panorama de natural a rosa en un santiamén. Hay que mantener la cordura, pero ¿a caso se puede estar cuerdo cuando el amor esta en tu corazón? Es una pregunta a la que no se si puedo dar respuesta. Lo único que sé es que me encanta perder la cordura si es por amor aunque una parte de mi no lo quiera y me diga “razoná con claridad, pensá seriamente y no te dejes llevar”. Así que hoy me encuentro en esta dicotomía que el amor me plantea y a la que muchos que conozco se enfrentan: ¿Lo hago o no lo hago? ¿Cuál es el costo de oportunidad? ¿me arrepentiré luego?. Siguen merodeando dentro de mi mente sin darme descanso. Lo único que puedo decir con toda verdad es que el tiempo es corto, los segundos pasan, nunca se sabe lo que puede ocurrir mañana ni dentro de una hora. Por eso debemos cerciorarnos de poder vivir cada segundo a pleno aprovechando las oportunidades que la vida nos da y que tenemos que aprender a ver y que si dudamos sobre cuál es la mejor opción, solo hay que seguir al corazón. No digo que sea fácil pues sino mi dicotomía estaría resuelta, pero el corazón es sabio y si logramos aprender a escucharlo siempre tendrá una buena respuesta para darnos.