sábado, 1 de diciembre de 2018

Rosa María


A mis 28 años me pasaron cosas que me han puesto triste, lloré muchas veces por muchas cosas, pero, esta vez siento que, a medida que pasan los días, la tristeza no se va. Me considero una persona exagerada e impaciente, siempre trato de ser fuerte y de estar bien, odio la tristeza. No pasó ni una semana desde que ella se fue, pero siento que la voy a extrañar siempre y que esta tristeza, este sentimiento de que ya no está nunca se va a ir. La mejor forma de recordar a las personas es rememorando los hermosos recuerdos que uno tiene y yo tengo un montón, buenos y malos. No me soporto cuando no puedo sonreír y eso me hace mal. Siento que si hay algo que me puede ayudar a sacar un poco este dolor y mantener viva su memoria es contando un poco cómo era ella.
Rosa María (se llamaba igual que Mirtha Legrand y hasta tenía su propia canción) nació el mismo día de la medalla milagrosa y ella siempre decía que la protegía. Era la segunda hermana más chica de 9 hermanos y la más chica de las mujeres. Sólo fue hasta cuarto grado de primaria, pero podía hacerte cualquier cuenta en el aire y le molestaba mucho que los jóvenes usaran la calculadora porque si ella que había ido hasta cuarto grado podía hacer eso, nosotros que seguíamos estudiando deberíamos también poder hacerlo. Ella tenía un temperamento fuerte, divertida en las reuniones, siempre caía bien a primera vista. Cómo leía mucho, miraba muchas películas y disfrutaba de hacer crucigramas y sopa de letras, era una persona que siempre tenía tema de conversación. Admiraba mucho a las personas cultas y yo también gracias a ella. Una persona sumamente creyente que todas las noches rezaba y tenía en oración a muchísima gente que todas las noches nombraba y se acordaba de memoria. Se sabía todas las calles de Ciudad de Buenos Aires, Villa Adelina y Mar del Plata. Si tenías que saber cómo viajar, ella siempre tenía la respuesta. También se sabía de memoria los cumpleaños y teléfonos de parientes y amigos. Manejaba la computadora y hasta tenía Facebook. Podía llamar al servicio de atención al cliente de Visa de memoria y hasta sabía el número de su tarjeta de crédito y el código de seguridad.
Rosa María también tenía un carácter complicado. Si te tenía que decir algo de frente te lo decía y no le importaba si te ofendía o no. La gente que no la quería seguramente era por eso. A ella no le importaba si estaba hablando con un pariente o con el presidente de la nación, si te tenía que cantar las cuarentas lo hacía sin ningún tipo de problema. A veces se equivocaba obviamente o decía cosas que no tenía que decir o que no sentía cuando estaba enojada y eso le traía peleas con gente que quería mucho.
Entre varios achaques que tenía, ella tenía el corazón agrandado. Esto era físicamente y emocionalmente porque si tenía que darte lo último que tenía, te lo daba. Lo daba todo por las personas que quería y por las personas que lo necesitaban. No creo (o por lo menos no conozco) una persona que me pueda decir “a mi no me ayudó cuando lo necesité”. Le dolía mucho cuando personas que ella quería no eran agradecidas o no actuaban de la misma forma, pero ella también me decía siempre que hacía mal en esperar de los otros lo mismo que ella daba.
A Rosa María le gustaba la bebida blanca y fumar. Toda mi infancia le pedí que deje de fumar, le decía que me molestaba el humo, le cantaba para que no fume más, pero ella me decía que la deje tranquila. Un día así como así, se le acabó el último cigarrillo y nunca más compró. Y cuando digo nunca más, es nunca más. No fue por nada en particular, simplemente lo decidió. Esas fueron las peores vacaciones de mi vida por que me acuerdo que estaba súper nerviosa y me gritaba sin ningún tipo de motivo y ella no se daba cuenta. Pero lo valía y la banqué en todas.
Rosa María tenía un gran talento (que lamentablemente no heredé). Era una excelente cocinera. Cocinaba muy rico tanto dulce como salado, pero su especialidad era lo dulce. Hacía las tortas más ricas del mundo y cada vez que iba a visitarla me preparaba alguna de mis favoritas. Me dejaba ayudarla, pero poco porque no me tenía mucha confianza (y lo bien que hacía). Hizo todo tipo de tortas, preparó mesas dulces para cumpleaños y otros festejos. Todos siempre esperaban sus tortas, incluso tenía una amiga que le decía “la señora de la torta de frutilla”.
Yo soy su única nieta mujer de 9 nietos. Además, vivió conmigo hasta mis siete años. Paseábamos un montón juntas. A donde iba ella, iba yo detrás. Si yo hacía lio, ella me apañaba. Si tenía miedo a la noche, iba a dormir con ella. Un día tuvo que irse de mi casa y volvió a vivir con mi abuelo (aunque estaban separados). Todas mi vacaciones hasta que empecé a trabajar fui un mes mínimo a pasarla con ella. Ella no entendía como una adolescente podía no aburrirse con ella, pero yo la pasaba genial. Jugábamos a las cartas, veíamos miles de películas, hacíamos tortas, escuchábamos al Negro Oro en Radio 10 y ella dormía la siesta mientras yo leía (porque yo odiaba dormir la siesta y para ella la siesta era sagrada). Nuestra relación era súper especial, yo le contaba todo y ella siempre me aconsejaba. Siempre estaba contenta de mis logros y me retaba si pensaba que algo que yo decía no estaba bien. Siempre me decía “Yamila comé” cuando daba vueltas con la comida y “atate ese pelo” cuando me sentaba a la mesa a comer. A mi me molestaba tener el pelo atado, pero le hacía caso refunfuñando. Cuando yo nací, ella le puso a mi mamá su collar con la medalla milagrosa y siempre sentí que a mi también me protegía. De hecho, jamás tuve ningún problema grabe de salud y siempre pienso que es por eso.
Ella me enseñó a hacer la cama “bien”, a jugar a las cartas, a romper un huevo, cocinar un poco y a rezar, por ella (y para no dormir la siesta) empecé a leer libros, me enseñó a curar el mal de ojo y me contó miles de anécdotas de su vida con los que fácil podría escribir un libro. Algunas historias lindas y otras no tan lindas.
Algo muy importante que aprendí y heredé de ella es el “yo puedo”. Ella todo lo podía y guarda con decirle “Abuela déjame a mi” por que te miraba mal y te decía “¿Vos te pensás que yo no puedo?” o  “Si yo no puedo vos no vas a poder”. No se rendía nunca y así como fue en su vida, que vivió miles de cosas buenas y malas, así también fueron los últimos años de su vida.
Hace tres años y medio cayó enferma. Una cosa llevó a la otra y resultó que tenía varias enfermedades y que simplemente era cuestión de tiempo. Muchas veces ella pensó que simplemente con esfuerzo se iba a curar y nosotros le decíamos que si, pero sabíamos que no. Yo creo que otra persona con un espíritu más débil no hubiera soportado todo el tiempo que soportó ella. Incluso hace un año atrás pensamos que se iba y no, revivió como un ave fénix y vivió un año más. Yo caí en llanto desde que empezó todo y una persona muy cercana me dijo “aunque te duela andá haciéndote a la idea de que un día se va a ir”. Yo no quería escuchar y sentía que eso no iba a pasar nunca, pero sabía que tarde o temprano eso iba a pasar. No me imaginaba como iba a ser saber que ella yo no iba a estar en este mundo. Tuve tres años y medio para hacerme a la idea, pero nunca es suficiente. Ni siquiera sé si va a ser suficiente toda mi vida. Sé que siempre va a estar en una frase, en algo que me dijo, en un libro, en un crucigrama, en una película. Ella estaba muy orgullosa de mi y yo de ella. Me gusta pensar que ella está ahora con sus hermanos y sus papas, con su hijo, sus cuñados y toda la gente que quería que también se fue. Quiero que su memoria quede viva para siempre, quiero contarle a mis hijos y mis nietos sus anécdotas y que algún día cuando a mi también me llegue la hora de partir, ella me esté esperando con los brazos abiertos con una torta de flan y un mazo de cartas.