A mis 28 años me pasaron cosas que me han puesto triste,
lloré muchas veces por muchas cosas, pero, esta vez siento que, a medida que
pasan los días, la tristeza no se va. Me considero una persona exagerada e
impaciente, siempre trato de ser fuerte y de estar bien, odio la tristeza. No
pasó ni una semana desde que ella se fue, pero siento que la voy a extrañar
siempre y que esta tristeza, este sentimiento de que ya no está nunca se va a
ir. La mejor forma de recordar a las personas es rememorando los hermosos
recuerdos que uno tiene y yo tengo un montón, buenos y malos. No me soporto
cuando no puedo sonreír y eso me hace mal. Siento que si hay algo que me puede
ayudar a sacar un poco este dolor y mantener viva su memoria es contando un
poco cómo era ella.
Rosa María (se llamaba igual que Mirtha Legrand y hasta
tenía su propia canción) nació el mismo día de la medalla milagrosa y ella
siempre decía que la protegía. Era la segunda hermana más chica de 9 hermanos y
la más chica de las mujeres. Sólo fue hasta cuarto grado de primaria, pero
podía hacerte cualquier cuenta en el aire y le molestaba mucho que los jóvenes
usaran la calculadora porque si ella que había ido hasta cuarto grado podía
hacer eso, nosotros que seguíamos estudiando deberíamos también poder hacerlo. Ella
tenía un temperamento fuerte, divertida en las reuniones, siempre caía bien a
primera vista. Cómo leía mucho, miraba muchas películas y disfrutaba de hacer
crucigramas y sopa de letras, era una persona que siempre tenía tema de
conversación. Admiraba mucho a las personas cultas y yo también gracias a ella.
Una persona sumamente creyente que todas las noches rezaba y tenía en oración a
muchísima gente que todas las noches nombraba y se acordaba de memoria. Se
sabía todas las calles de Ciudad de Buenos Aires, Villa Adelina y Mar del
Plata. Si tenías que saber cómo viajar, ella siempre tenía la respuesta.
También se sabía de memoria los cumpleaños y teléfonos de parientes y amigos.
Manejaba la computadora y hasta tenía Facebook. Podía llamar al servicio de
atención al cliente de Visa de memoria y hasta sabía el número de su tarjeta de
crédito y el código de seguridad.
Rosa María también tenía un carácter complicado. Si te tenía
que decir algo de frente te lo decía y no le importaba si te ofendía o no. La
gente que no la quería seguramente era por eso. A ella no le importaba si
estaba hablando con un pariente o con el presidente de la nación, si te tenía que
cantar las cuarentas lo hacía sin ningún tipo de problema. A veces se
equivocaba obviamente o decía cosas que no tenía que decir o que no sentía
cuando estaba enojada y eso le traía peleas con gente que quería mucho.
Entre varios achaques que tenía, ella tenía el corazón
agrandado. Esto era físicamente y emocionalmente porque si tenía que darte lo
último que tenía, te lo daba. Lo daba todo por las personas que quería y por
las personas que lo necesitaban. No creo (o por lo menos no conozco) una
persona que me pueda decir “a mi no me ayudó cuando lo necesité”. Le dolía
mucho cuando personas que ella quería no eran agradecidas o no actuaban de la
misma forma, pero ella también me decía siempre que hacía mal en esperar de los
otros lo mismo que ella daba.
A Rosa María le gustaba la bebida blanca y fumar. Toda mi
infancia le pedí que deje de fumar, le decía que me molestaba el humo, le
cantaba para que no fume más, pero ella me decía que la deje tranquila. Un día
así como así, se le acabó el último cigarrillo y nunca más compró. Y cuando
digo nunca más, es nunca más. No fue por nada en particular, simplemente lo
decidió. Esas fueron las peores vacaciones de mi vida por que me acuerdo que
estaba súper nerviosa y me gritaba sin ningún tipo de motivo y ella no se daba
cuenta. Pero lo valía y la banqué en todas.
Rosa María tenía un gran talento (que lamentablemente no
heredé). Era una excelente cocinera. Cocinaba muy rico tanto dulce como salado,
pero su especialidad era lo dulce. Hacía las tortas más ricas del mundo y cada
vez que iba a visitarla me preparaba alguna de mis favoritas. Me dejaba
ayudarla, pero poco porque no me tenía mucha confianza (y lo bien que hacía). Hizo
todo tipo de tortas, preparó mesas dulces para cumpleaños y otros festejos.
Todos siempre esperaban sus tortas, incluso tenía una amiga que le decía “la
señora de la torta de frutilla”.
Yo soy su única nieta mujer de 9 nietos. Además, vivió conmigo
hasta mis siete años. Paseábamos un montón juntas. A donde iba ella, iba yo
detrás. Si yo hacía lio, ella me apañaba. Si tenía miedo a la noche, iba a
dormir con ella. Un día tuvo que irse de mi casa y volvió a vivir con mi abuelo
(aunque estaban separados). Todas mi vacaciones hasta que empecé a trabajar fui
un mes mínimo a pasarla con ella. Ella no entendía como una adolescente podía
no aburrirse con ella, pero yo la pasaba genial. Jugábamos a las cartas,
veíamos miles de películas, hacíamos tortas, escuchábamos al Negro Oro en Radio
10 y ella dormía la siesta mientras yo leía (porque yo odiaba dormir la siesta
y para ella la siesta era sagrada). Nuestra relación era súper especial, yo le
contaba todo y ella siempre me aconsejaba. Siempre estaba contenta de mis
logros y me retaba si pensaba que algo que yo decía no estaba bien. Siempre me
decía “Yamila comé” cuando daba vueltas con la comida y “atate ese pelo” cuando
me sentaba a la mesa a comer. A mi me molestaba tener el pelo atado, pero le
hacía caso refunfuñando. Cuando yo nací, ella le puso a mi mamá su collar con
la medalla milagrosa y siempre sentí que a mi también me protegía. De hecho,
jamás tuve ningún problema grabe de salud y siempre pienso que es por eso.
Ella me enseñó a hacer la cama “bien”, a jugar a las cartas,
a romper un huevo, cocinar un poco y a rezar, por ella (y para no dormir la
siesta) empecé a leer libros, me enseñó a curar el mal de ojo y me contó miles
de anécdotas de su vida con los que fácil podría escribir un libro. Algunas
historias lindas y otras no tan lindas.
Algo muy importante que aprendí y heredé de ella es el “yo
puedo”. Ella todo lo podía y guarda con decirle “Abuela déjame a mi” por que te
miraba mal y te decía “¿Vos te pensás que yo no puedo?” o “Si yo no puedo vos no vas a poder”. No se
rendía nunca y así como fue en su vida, que vivió miles de cosas buenas y
malas, así también fueron los últimos años de su vida.
Hace tres años y medio cayó enferma. Una cosa llevó a la
otra y resultó que tenía varias enfermedades y que simplemente era cuestión de
tiempo. Muchas veces ella pensó que simplemente con esfuerzo se iba a curar y
nosotros le decíamos que si, pero sabíamos que no. Yo creo que otra persona con
un espíritu más débil no hubiera soportado todo el tiempo que soportó ella.
Incluso hace un año atrás pensamos que se iba y no, revivió como un ave fénix y
vivió un año más. Yo caí en llanto desde que empezó todo y una persona muy
cercana me dijo “aunque te duela andá haciéndote a la idea de que un día se va
a ir”. Yo no quería escuchar y sentía que eso no iba a pasar nunca, pero sabía
que tarde o temprano eso iba a pasar. No me imaginaba como iba a ser saber que
ella yo no iba a estar en este mundo. Tuve tres años y medio para hacerme a la
idea, pero nunca es suficiente. Ni siquiera sé si va a ser suficiente toda mi
vida. Sé que siempre va a estar en una frase, en algo que me dijo, en un libro,
en un crucigrama, en una película. Ella estaba muy orgullosa de mi y yo de ella.
Me gusta pensar que ella está ahora con sus hermanos y sus papas, con su hijo,
sus cuñados y toda la gente que quería que también se fue. Quiero que su
memoria quede viva para siempre, quiero contarle a mis hijos y mis nietos sus
anécdotas y que algún día cuando a mi también me llegue la hora de partir, ella
me esté esperando con los brazos abiertos con una torta de flan y un mazo de
cartas.